jueves, 29 de septiembre de 2011

Los retos de la izquierda


Se debate y se comenta cómo debe moverse y organizarse en el actual contexto la izquierda. Desde las propuestas reformistas hasta las extremistas, pasando por las anti-propuestas de lo líquido y la anti-esctructura, se configuran un abanico de respuestas que, en muchas ocasiones, no tienen en cuenta la realidad. Quizás las líneas que vienen no sean la respuesta definitiva; una de las cosas que se debe tener claro es que el futuro de lo que decimos izquierda solo vendrá del debate y el trabajo colectivo, no de reflexiones individuales por más que tengan una noble intención, como lo que viene a continuación.



Debilidades de la izquierda


Es evidente que la derrota del movimiento comunista, su liquidación por parte de la quinta columna (se le puede llamar así de forma inequívoca) y la desorientación ideológica de los sectores progresistas, afectan a los movimientos de izquierdas hasta el momento en que el lector lea estas líneas. Pues bien, se da una debilidad en dos niveles. Una de ellas se produce en el nivel ideológico; es muy corriente que al hecho de tener una posición formada le llamen dogmatismo, o al hecho de tener unos principios éticos e ideológicos le llamen utopismo. Debilidad ideológica sin duda que corre por las “venas abiertas” de la izquierda. Unas heridas que vienen de la falta de modelo, de esperanza en un mundo mejor, y del acomodamiento en lo que algunos pensaron que era el mejor de los mundos.


Desde 2008 se dio una nueva situación que, si los seres divinos no paran (deidades tan poderosas como los mercados), se prevé histórica y duradera, por no decir que dramática. Se dio la crisis del capitalismo y con ella cristalizaron de nuevo la existencia de unas clases sociales en lucha permanente. Resultó que el mundo en el que se habían acomodado algunos se venía a bajo. Algunos, de hecho casi todos, decidieron seguir la misma lógica que habían aplicado en sus momentos de bienestar. Y hablo de aquellos políticos que situándose en la izquierda aceptaron, o acataron por “imperativo legal”, recortes en salarios, servicios públicos, hicieron del despido algo casi gratuito, etc.


Después nos encontramos con otros sectores que, habiendo querido acomodarse, se equivocaron de sitio y prometían a los suyos “abrirse o morir”. No decían en sus discursos que había que abrirse a esos que hasta hace poco prometían no tocar los derechos de los trabajadores... y acabaron siendo los verdugos de lo que se consiguió con mucha lucha y sufrimiento. Hay incluso algunos que, criticando esas pérfidas acciones, solo ven la solución en esas mismas instituciones en las que se ejecutan los mayores crímenes sociales de nuestra época. Si algo nos ha enseñado la historia es que las transformaciones sociales, las revoluciones, tienen dos características que se reproducen en cada sismo histórico. El primero es que los cambios radicales en un breve espacio de tiempo se producen cuando menos se espera, y que por lo tanto pueden ocurrir; nunca son imposibles, aunque las condiciones subjetivas se crean, y no precisamente pactando el mal menor. Lo segundo es que las transformaciones sociales radicales (que tocan las raíces de la sociedad, su organización) se producen al superarse las instituciones anteriores, sobrepasándolas y desligándose de éstas en el momento de máxima radicalización del proceso. El Tercer Estado no hizo la Revolución Francesa desde los Estados Generales, pero participó en ellos para mostrar las contradicciones del sistema y, habiendo acabado su función, se levantaron contra los aparatos de la aristocracia.


Llegados a este punto está claro que el primer reto de la izquierda es deshacerse de los elementos que, desde su posibilismo y su tacticismo, despojan de nuestro programa el horizonte revolucionario. Una cosa es plantear unas tareas inmediatas en un contexto determinado; otra hacer de las tareas inmediatas las únicas de nuestros documentos políticos. La apuesta de la izquierda debe hacer una síntesis perfecta entre presente y futuro. No nos podemos dejar llevar por el arte de lo posible del presente, ni por el ilusionismo de un futuro dibujado a la carta.


Abrirse ¿A quién y para qué?


Como ya se comentaba con anterioridad, algunos claman a la apertura de la izquierda, a la unidad de forma abstracta. Es evidente que a nadie le amarga un dulce, como tampoco amarga una suma aritmética de uno más uno que, en matemáticas, siempre es dos. Da la casualidad que en el terreno humano, y la política no deja de ser un terreno más que humano, la suma puede ser mucho más perversa que la división. Puede parecer muy bonita la suma, pero cuando entra en el terreno de la realidad las variables pueden ser contrapuestas. No se puede, y no se debe, sumar a un gato y un perro, o a un ratón y un elefante. Lo que siempre se ha enfrentado no se puede sumar a nivel de cúpulas. La suma tampoco puede consistir en la combinación de siglas para una cita electoral o más. Por más que nuestra voluntad sea la de sumar... el otro o la otra puede que quiera aprovecharse de nuestra buena fe. Jesucristo nos enseñó que de buena fe no se vive, de hecho él murió por eso.


Y por más que nos empeñemos en coincidir electoralmente, en casar al gato y al perro, las gentes que no se ven en el día a día no se tratan con confianza. Cuando hablan de las cosas que les afectan, de sus proyectos de futuro, de sus inquietudes, entonces se entienden. Por eso, es desde el debate desde la base con la que se crean las confluencias. En la lucha concreta, en la discusión y en la clarificación de ideas se teje una red indestructible que va creando unas mayorías capaces de mover los cimientos de la sociedad. Pero sobre todo, el principal reto de la izquierda no es otro que predicar con el ejemplo. Debemos aplicar nuestros principios (la democracia, la transparencia y la participación de la gente) en toda nuestra actividad. No digo que deba haber un equipo de personas que, en representación de un colectivo, ejerza en las tareas de ejecución elaboradas y decididas colectivamente. Otra cosa es que ese equipo de personas maneje las cosas a su conveniencia, sin rendir cuentas ni hacer el mínimo caso a las propuestas, quejas o inquietudes de sus compañeros.


Ahora abrimos el otro nivel de debilidad: la organizativa. Cuando hablo de debilidad organizativa me refiero a la debilidad de la organización política de la gente trabajadora. En este sentido la apertura merece ser concretada en una pregunta: apertura ¿a quién?. La respuesta puede parecer obvia; será que la obviedad no está en el orden del día. La izquierda tiene el deber de abrirse a la gente de a pie y en pie. Puede parecer un juego de palabras, pero la realidad nos marca como necesidad, en nuestros proyectos, el organizar a la gente de a pie en espacios de participación y lucha por sus intereses más inmediatos. La apertura de la izquierda debe desarrollarse mediante procesos y espacios de participación en la toma de decisiones. Nuestras organizaciones deben tender la mano a la gente indignada y cabreada, a la que lucha, y hacer que la que no lo hace acabe peleando por sus derechos. Los actos de cara a la galería cada vez que llegan las elecciones no sirven, debe ser un compromiso constante, no puntual.


Otra cosa es que se convierta al partido en una organización amorfa, sin una estructura central que coordine y organice la potencialidad de toda su militancia. Por otra parte, no debe encerrarse en la triste complacencia de creerse la vanguardia cuando no es capaz ni de dirigirse a sí mismo. Un partido fuerte en organización y en programa debe nutrirse de espacios de participación cotidiana, donde la militancia participe en la vida diaria de la organización y donde la gente del entorno más inmediato sea el primer contacto con la realidad. El Partido no debe desligarse de la realidad, pero a su vez debe plantear progresiones; ir más allá siempre y no quedarse en lo que hay.


Y ¿Para qué? Para una cuestión muy sencilla. Para sobrevivir. Las formulaciones del pasado sirvieron para un contexto determinado y deben actualizarse (que no aniquilarlas o enterrarlas). La clandestinidad del Franquismo sirvió para aprender que la dictadura caería si el Partido de la clase trabajadora llegaba a las amplias masas. Y así fue, aunque por decisión de las cúpulas muchas de las luchas fueron paralizadas. En este momento en el que el pensamiento único neoliberal nos ha llevado a una especie de clandestinidad, debemos apuntarnos en el cuaderno de las prioridades el hecho de fomentar todo movimiento que pueda incitar a las masas a tomar partido. Con la lucha viene la organización política de la clase trabajadora. Sin lucha todo queda empantanado en un lodo de comodidad institucional y reformista. El llegar a la gente no vendrá de las alianzas electorales, ni de conformar alianzas con partidos que aceptan los recortes cuando les toca gobernar, sino plantar cara sin etiquetas, aceptando a cada uno o una por su objetivo concreto de conseguir una mejora sustancial en su vida, superar el estado de cosas que le llevan a una situación de desesperación o de falta de un futuro digno. Nuestro deber no es otro que animar a esa gente a pelear cada vez más y, dado un momento de agitación y de concienciación, podemos estar seguros de que estarán de nuestra parte.


Para acabar... actualicemos Lenin.


Lenin es una figura que siempre ha comportado debates aireados. Ha tenido la virtud de no dejar a nadie indiferente. Algunos autores de la izquierda en la actualidad plantean olvidar, pasar página a lo que dicen los errores del “estalinismo”. Rechazan el marxismo-leninismo, pero no se dan cuenta que su renuncia fue el peor de los errores del movimiento comunista. Esos mismo autores argumentan que fue una actualización del comunismo. Otros autores apuestan por “Repetir Lenin”, como Zizek. Creo que ambos sectores se equivocan en redondo, cuadrado y triángulo. Ningún autor del mundo, por más que haya acertado o fracasado en su análisis, es repetible (estaríamos negando la dialéctica como método).


Lo que la izquierda, y en especial el movimiento comunista, debe hacer es actualizar la obra de Lenin. Debemos tener en cuenta las aportaciones del líder revolucionario, qué supusieron en su momento y como podemos tomar nota. Nuestro reto del presente no es otro que, usando una metodología científica y objetivable, analizar la realidad para darle una respuesta revolucionaria. Nuestras estrategias no se deben basar en olvidar el método marxista, ni la actualización leninista en la fase imperialista del capitalismo. Recordemos que estamos en una fase donde el imperialismo manifiesta, de forma galopante, los intereses de una burguesía financiera que controla el capital industrial. A su vez, se desarrolla una división internacional del trabajo que modifica la situación internacional en la que Lenin desarrolló su teoría. Creo que pocos de los que en la actualidad nos atrae el análisis del presente podemos llegar al nivel del gran autor revolucionario. Nuestro deber es recoger su testigo y actualizar su teoría. El resto son cuentos chinos nostálgicos o amnésicos.


El reto último de la izquierda es dotarse de un análisis científico de la realidad, una teorización rigurosa y realista de la sociedad que aspiramos construir (nuestra propuesta programática) y una estrategia revolucionaria, y honesta con los nuestros y las nuestras (la gente trabajadora), que nos lleve al objetivo final de la transformación social. Esa será la mejor actualización que podamos hacer de Lenin.

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