jueves, 23 de febrero de 2012

Capitalismo cultural. Slavoj Zizek


Os dejo un fragment del capítulo "Capitalismo cultural" del libro Repetir Lenin de Slavoj Zizek. La edición es de la Editorial Akal, del año 2004. Repeating Lenin fue publicado originalmente como prólogo y epílogo de la antología, elaborada por Zizek, de textos de Lenin Revolution at Gates (2002)



Así pues, la tendencia conduce del “¡Compre este reproductor de DVD y reciba gratis cinco DVDs” al “¡Se se compromete a comprarnos con regularidad DVD (o, incluso mejor, a comprar el acceso a un cable que le permite tener libre acceso a películas digitalizadas) le entregamos un reproductor de DVD!” o, citando la escueta fórmula de Mark Slouka: “A medida que pasamos cada vez más horas del día en entornos sintéticos [...] la vida se convierte a su vez en una mercancía. Alguien la hace para nosotros; nosotros se la compramos. Nos convertimos en los consumidores de nuestras propias vidas”. La lógica del intercambio mercantil accede aquí a un especie de identidad hegeliana autorreferente: ya no compramos objetos, en última instancia compramos (el tiempo de) nuestra propia vida. La idea de hacer del propio sí mismo una obra de arte que expresara Michel Foucault cobra así una inesperada confirmación: compro mi buena forma física acudiendo a un gimnasio de fitness; compro mi iluminación espiritual asistiendo a cursos de meditación trascendental; compro mi imagen pública acudiendo a restaurantes frecuentados por personas con las que quiero que se me asocie...

Aunque este cambio puede parecer una ruptura con la economía de capitalista de mercado [así aperece en la edición de la Ed. Akal. Puede referirse a la economía capitalista de mercado o a la economía de mercado capitalista], cabe aducir que, por el contrario, conduce su lógica a un punto culminante ulterior. La economía industrial de mercado implica el desajuste temporal entre la adquisición de una mercancía y su consumo: desde el punto de vista del vendedor, el asunto ha terminado en el moment en que vende su mercancía, ya que lo que suceda luego (qué hace el comprador con ella, la consumición directa de la mercancía) no le concierne; en la mercantilización de la experiencia, este desajuste se ha colmado, el consumo mismo es la compra de la mercancía. Sin embargo, la posibilidad de colmar el desajuste se inscribe cabalmente en la lógica nominalista de la sociedad moderna y de su comunidad. Lo que significa que, toda vez que el comprador compra una mercancía por su valor de uso y que este valor de uso puede descomponerse en sus componentes (cuando compro un Land Rover, lo hago para poder moverme yo mismo así como con las personas que me rodean, además para indicar mi participación en un determinado estilo de vida asociado con el Land Rover), hay un paso lógico adicional que conduce a la mercantilización y la venta directa de estos componentes (alquilar el coche en vez de comprarlo, etc.). Así pues, al final del camino encontramos el hecho solipsista de la experiencia subjetiva: toda vez que la experiencia subjetiva del consumo individual es el fin último de toda la producción, resulta lógico sortear el objeto para mercantilizar y vender directamente esta experiencia. Y tal vez, en lugar de interpretar esta mercantilización de las experiencias como el resultado del cambio de la modalidad dominante de la subjetividad (que pasa del sujeto clásico burgués centrado en la posesión de objetos al sujeto <> posmoderno centrado en la riqueza de sus experiencias), debemos, por el contrario, concebir de suyo este sujeto proteico como el efecto de la mercantilización de las experiencias.


Por supuesto, esto nos obliga a reformular de arriba a abajo la temática marxista predominante de la “reificación” y del “fetichismo de la mercancía”, en la medida en que esta temática sigue descansando en la idea de fetiche como objeto sólido cuya presencia estable ofusca su mediación social. Paradójicamente, el fetichismo llega a su culminación precisamente cuando el feticho mismo se ha “desmaterializado”, se ha convertido en una entidad virtual “inmaterial” y fluida; el fetichismo del dinero culminará con el paso a su forma electrónica, cuando desaparezcan las últimas huellas de su materialidad, ya que el dinero electrónico es, en realidad, la tercera forma de existencia del dinero, tras el dinero “de verdad”, que encarna directamente su valor (oro, plata), y el papel moneda que, aun siendo un mero “signo” carente de valor intrínseco, sigue apegado a su existencia material. Sólo en esta fase, cuando el dinero se convierta en un punto de referencia puramente virtual, cobra finalmente la forma de una presencia espectral indestructible: te debo 1.000$ y, por más billetes materiales que queme, te sigo debiendo 1.000$, la deuda está apuntada en algún lugar del espacio digital virtual... Sólo con esta rigurosa “desmaterialización” la forma y vieja tesis de Marz en el Manifiesto comunista que dice que, en el capitalismo, “todo lo sólido se evapora en el aire”, cobra un significado mucho más literal que el que Marx imaginaba. Toda vez que no sólo nuestra realidad social material está dominada por el movimiento espectral/especulativo del capital, sino que esta realidad misma se ve paulatinamente “espectralizada”[...].





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