La guillotina como símbolo de la ruptura histórica |
[AVISO: siempre que se
menciona a la guillotina en este breve artículo se hace como
símbolo]
El 21 de febrero de 1793
Luis XVI fue guillotinado. Sin más, la revolución que iba a suponer
un punto de inflexión para la humanidad acabó con el monarca. No
sólo se aniquiló físicamente a un tirano, a una figura del poder;
se hizo desaparecer a la cabeza visible de toda una época. Una época
dominada por una determinada clase y por el régimen de perpetuación
y legitimación de sus privilegios. La eliminación física de una
persona, o una serie de personas, puede parecer un exceso. En la
visión conservadora sólo la violencia revolucionaria supone un
exceso. La violencia cotidiana, la de la explotación y expolio
social, característico de toda sociedad de clases, no existe; es la
propia naturaleza de las sociedades humanas.
Así pues, todos los
enemigos de la Revolución Bolchevique se sumaron en una denuncia al
unísono sobre la violencia ejercida por las hordas rojas. Es cierto
que en la historia del primer Estado proletario
hubo momentos de excesos, persecución política incluso contra
miembros de la misma dirección del país, asesinatos, etc. Todo eso
es cierto, aunque siempre ha sido hiper-magnificado por la propaganda
de Guerra Fría. Negarlo es colocarse al nivel de los revisionistas
del holocausto. Los episodios más negros de esa experiencia no son
-ni pueden ser- por otra parte una enmienda a la totalidad. Ni lo
pueden ser hacia los procesos revolucionarios, de ruptura histórica.
Colocarse en esa posición es no conocer, de partida, históricamente
ningún proceso de este tipo, o bien situarse del lado
conservador-reaccionario. Más allá de la buena fe, del talante
pacífico, del pacifismo militante, la realidad acostumbra a ser
radical y violenta. Cuando llega el momento en que el conflicto
existente se hace cada vez más palpable, cuando la realidad se nos
presenta tal como es, la violencia está servida. Aun así, tampoco
hay que caer en respuestas primarias; las respuestas que tienen que
ver con los instintos generan episodios muy oscuros. El fascismo (y
las formas que toman en cada momento las tropas de choque del
capital) precisamente intenta prender por esa vía la mecha del
malestar social existente. Y además, lo que llamamos respuesta
primaria (darle la culpa al que parece el culpable más cercano) es
alimentada por estos mismos grupos. Crear enemigos “fáciles” es
de hecho el mejor cinturón de seguridad de cualquier sistema ante
una situación de conflicto abierto.
La
guillotina, en todos los casos, representa precisamente lo contrario.
Es una enmienda a la totalidad; identificar a los verdaderos
culpables, hacer un diagnóstico de conjunto y darle una solución.
No es la turba, no es una violencia desmedida. Es precisamente todo
lo contrario: es acabar con los símbolos que configuran la
representación de un poder que oprime a la mayoría. Es instaurar un
nuevo orden, no el desorden. No es deseable, todo el mundo lo sabe.
La ruptura nunca será amable ni limpia.
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