No
se puede negar que la irrupción de Podemos en el panorama político
ha removido las aguas de la política española. En un inicio la
mayoría lo vimos con muy buenos ojos. Por fin, lo que considerábamos
“izquierda transformadora” cosechaba más de tres millones de
votos. La suma artimética de las pasadas europeas daba a las
opciones políticas de esa parte del mapa casi el 20% de los votos.
Al principio todo era voluntad de suma. Era previsible que a la
izquierda del PSOE surgiera una opción con capacidad para ganar unas
elecciones.
Con
el paso del tiempo, y de aparecer mucho en los medios (son un buen
producto televisivo) Podemos fue cogiendo cada vez más fuerza hasta
convertirse en la primera opción en intención directa de voto. La
historia ya nos la conocemos. A medida que iba cogiendo peso se iba
quitando todo lo que le hacía parecer una opción radical. Parecía
que la radicalidad no vendía, y empezaron a centrarse. Se centraron
tanto que del “No queremos situarnos en la izquierda o en la
derecha del arco parlamentario. Queremos estar en el centro de la
política” pasaron al “las candidaturas municipales no tienen que
ser de izquierdas”. Obviamente lo que va entrecomillado no son
citas textuales pero reproducen lo que Podemos ha ido diciendo o
comunicando.
Se
podría entender que forma parte de una estrategia para ganar votos a
la derecha, pero las encuestas nos dicen que los votantes del partido
de Pablo Iglesias vienen del PSOE y de IU de forma mayoritaria. Es
decir, que la mayor parte de sus votantes son de izquierdas o han
votado a la izquierda. Por lo tanto, no existe de momento un trasvase
considerable de votos de la derecha a Podemos, por lo que esa
estrategia discursiva no estaría consiguiendo lo que buscaba. Por
otra parte, parece que, al contrario, lo que podría estar
consiguiendo es una desnormalización de la izquierda. Me explico: la
derecha, en su acción comunicativa, normaliza todos sus valores (que
ya nos son conocidos). Dispone de instrumentos y de aparatos
ideológicos para hacerlo. La izquierda (reconocible), por su parte,
lleva décadas sin tener unos instrumentos reales para normalizar sus
valores y sus ideas, incluso ha renunciado a ellos. Por poner un
ejemplo: la competitividad está normalizada, se vive como algo
normal, la solidaridad o el apoyo mutuo se vive como algo
extraordinario.
De
hecho, esto no es nuevo. No lo ha hecho Podemos. Lo ha llevado
haciendo la propia izquierda al asumir como suyos principios éticos
y políticos de la derecha. Por ejemplo, la competición entre
compañeros de un mismo partido es vivido como algo normal. También,
el asumir el programa económico del liberalismo y la imposibilidad
de construir una alternativa económica que se escape de los límites
del capitalismo. Lo que precisamente se criticaba desde la izquierda
es que había perdido lo que le era propio, que estaba irreconocible
y que, por lo tanto, iba perdiendo apoyos. El hecho de situarse en la
izquierda no te desacredita políticamente, sino el hecho de
representarte con una estética que no se corresponde a una ética.
Claro y castellano: cantar la internacional o llevar banderas rojas
mientras recortas en servicios públicos. Lo que desnormalizaba a la
izquierda es que realmente no actuaba como tal.
Para
revertirlo, o para crear algo nuevo, lo que no se debe hacer es
desnormalizar el significante, la carcasa. Al final, deshacerte por
completo de una estética, o rechazarla, es regalarla a aquellos que
la prostituyen. Es desnormalizar una cultura política, romper el
hilo rojo de la historia. Lo que precisamente se estaba consiguiendo
a partir del 15M, recuperar la ética y la estética de la izquierda
y construir un nuevo imaginario en el que se podían sobrepasar los
límites del capitalismo y de lo establecido, se está viendo
solapado por un relato más light en aras de una victoria electoral.
Si bien ese nuevo imaginario era muy incipiente, lo que se está
dando hoy es un repliegue a la espera de una victoria electoral que
lo desencadene todo. De aquí a las elecciones puede llover mucho. Se
puede aplicar una agenda de recortes casi irreversibles. De aquí a
las elecciones podemos tener un movimiento popular casi
desarticulado, o en el mejor de los casos entretenido en preparar la
batalla electoral. Y cuando llegue, si ganan ¿Dónde estará ese
movimiento popular para defender las medidas del nuevo gobierno? ¿Qué
imaginario será el hegemónico? ¿Qué pensará la gente? Y en
función de esto ¿Serán mayoritarias las medidas rupturistas? Para
esto, lo idoneo sería la normalización de la izquierda radical, no
su asimilación al centro. Participar en la desnormalización de la
izquierda tendrá sus consecuencias.
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