miércoles, 28 de julio de 2010

La lidia del progreso



Reflexiones personales sobre si deben prohibirse las corridas de toros, si nuestros representantes parlamentarios tienen legitimidad para hacerlo, y si se deben considerar cultura estos espectáculos rodeados de sadismo, sangre, crueldad y muerte. Ante la actualidad de este debate se hace necesario tomar partido en favor del progreso y la dignidad humana. De ahí el título; nos encontramos en un momento de lucha entre progreso o tradición, entre el viejo mundo y el nuevo.

Ante los sucesos que se van produciendo mientras gira el globo terráqueo uno no hace más que darle vueltas al coco, pensando en lo que supone cada acto, cada gesto, cada mensaje, englobándolo en un todo; partiendo de lo particular en un camino hacia lo global. El suceso que más ampollas ha causado en el tradicionalismo de este país es la prohibición de las corridas de toros por el Parlament de Catalunya. En este post, que no intenta establecer criterios absolutos sino expresar reflexiones y animar un debate serio, trataremos el tema dejando a un lado, intentándolo al menos, la demagogia o los debates en la taberna.

Sector, el tradicionalista, más plural de lo que parece a primera vista. Podríamos hablar incluso de tradicionalismos, pues nos encontramos con un tradicionalismo explícito y con otro que se esconde en ciertos rincones incógnitos de personas que a simple vista parecen progresistas. El primer grupo lo representan aquellas personas u organizaciones declaradamente, o no, conservadoras y reaccionarias, que encuentran en las corridas de toros una “tradición”. Dicha tradición lo es por alargarse en el tiempo y ser eterna, sin pensar, o quizás sin quererlo pensar, que dicho espectáculo lo prohibió un ilustrado, y un reaccionario, el de “Viva las Cadenas”, lo incorporó de nuevo en la esfera pública.

Un aspecto que no vale olvidar es que las tradiciones que hoy conocemos cobraron vida en el Siglo XIX, se les dio forma, nombre y poco que ver con mitos, leyendas e historietas varias. Queda claro, en la balanza de la historia, que no se trata de un fenómeno eterno ni tan lejano. Otro factor del que se puede hablar es de la falaz encrucijada planteada por el segundo grupo de invidentes culturales.

Así es como, a partir de una ceguedad y una ignorancia política descomunal se plantea la siguiente pregunta: ¿es legítimo prohibir una salvajada o se ha de dejar elegir al “pueblo” si asistir, o no, a una corrida de toros? Con esta encrucijada se cubren de glorias los tradicionalistas acomplejados que, guardándose las espaldas, deciden contradecirse y mostrar incoherencias mucho más fuertes. Veamos como el President decide votar en contra esgrimiendo su falta de voluntad para prohibir este acto. Veamos como el representante de la ciudadanía catalana comulga con la democracia representativa mientras duda de su legitimidad ética y política para tomar una decisión de tal envergadura.

No será raro que un día de estos les de por decidirse y votar a favor de unos recortes o de una reforma del mercado laboral que desmantele el derecho a vivir dignamente de la clase trabajadora e inalienable a cualquier ser humano. Hablarán y dirán que los derechos humanos son más importantes que el derecho a la existencia de cualquier animal. Habladuría y simple charlatanería de personas que no dudan en exterminar la población civil de Afganistán, Serbia, etc. ¿Realmente son capaces de creer en lo que dicen?

Dicho sea de paso, y por si no quedaba claro, me refería al PSOE-PSC. La pregunta ahora es ¿tendrán el mismo dilema (la encrucijada de la que hablábamos) en el caso que se produzca una situación similar pero con la independencia de Cataluña, la proclamación de la República o la nacionalización de la banca de por medio? Saquen sus propias conclusiones.

Dejando atrás el plano ético-político, para volver a él en algunos párrafos más a bajo, iremos a otro punto espinoso: ¿son las corridas de toros un espectáculo cultural? Desde luego que son un espectáculo, como lo eran la quema de brujas, las ejecuciones en público, y como lo siguen siendo en algunas partes del mundo. Ahora bien, no se puede considerar como espectáculo cultural la exhibición, en escarnio público, del maltrato y el mareo continuado de un ser vivo. No puede representar una escena rodeada de valor aquella en la que una de las partes tiene una ventaja notable en la partida; mientras uno corre, menea el capote y clava la espada, al otro lo marean en la previa, lo hacen por segunda vez y de manera constante, le clavan las banderillas, el picador le atraviesa el lomo y al final le dan el golpe de gracia.

Tampoco se le puede llamar arte al retrato, en vivo y en directo, de la muerte, el sufrimiento y la perversión del ser humano. Por suerte, amplios sectores de la población mundial dejaron de creer en los sacrificios de animales y personas (ya sea con la ejecución en público o con el sacrificio auto-destructivo) para contentar al ser supremo de turno. Por suerte llegó el pensamiento ilustrado, aunque en España llegara tarde y mal.

Otro elemento que se escapa del valor, o los valores, que se le suponen al toreo es el de la valentía. Aquí encontramos, nuevamente, un error en la concepción de lo que significa realmente la valentía. Es evidente que el torero, con todas sus glorias y miserias personales, y psicológicas, no deja de ser un temerario, alguien que se coloca delante de una fiera para entretener a un público sediento de sangre; es un bufón que distrae a los señoritos que, desde la grada, gritan por la sangre de un animal que acabará siendo arrastrado por la arena cuando salga del ruedo.

Un aspecto (el único) positivo es el que dejan las representaciones artísticas de este mundillo. Para mi gusto no son más que un edificio en el que la fachada resulta muy atractiva pero que por dentro tiene goteras y cien plagas de insectos y ratas. Y es que lo que estamos viviendo es una lucha por el progreso humano, no es simplemente una cuestión de cuatro iluminados que quieren más a su gato que a su madre, va más allá. Se trata de la dignidad humana, es la lidia del progreso contra la tradición, la reacción, la España de pandereta.

En este tablero podemos situar dos personajes: el torero, acomodado en su traje de luces, con su chulería y su pose rancia de niño repeinado, o el toro, golpeado hasta el aburrimiento, molido a palos, convencido de su suerte pero a la vez de la posibilidad de romper la baraja. El toro finalmente consiguió quebrar el juego y el torero, llorando, volvió a casa después de tanto tiempo mirando por encima del hombro al resto de seres vivos.

En otra ocasión, quizás mañana, comente otros aspectos relacionados con el mundo del toreo, ya sea los personajes que este produce, la relación pasada con la izquierda, reflexionando sobre su evolución histórica y determinadas visiones lineales de la historia que se especializan en crear falacia tras falacia sobre este tema y otros. Ante esta fábrica de falacias se hace necesario reflexionar sobre la actualidad y buscar siempre la verdad dejando la puerta abierta a debates que seguro serán interesantes.

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