
Reflexiones sobre el estado de la qüestión de la recuperación de la memoria colectiva e histórica de aquellas personas que, en su lucha contra la clase dominante y sus agentes políticos, sufrieron la derrota y condena por entablar esa lucha. Ya fuera en la Guerra Civil o en los episodios de la Transición a la Monarquía parlamentaria, las víctimas de esos procesos históricos yacen, todavía, en la cuneta de la desmemoria.
Pero más allá de las modalidades historiográficas, que al fin y al cabo no salen del mundo académico o de medios no aptos para el gran consumo, lo que interesa es lo que está en la arena pública, aquel mensaje que reciben los ciudadanos y que poco a poco va penetrando en sus mentes hasta hacer de unas tesis un sentido común. Y en este sentido común, en la actualidad, pesa más otro tema que no es el de la Guerra Civil, muy lejos para las generaciones más nuevas, y que no es más que el precedente de lo que realmente marca la España actual, la Transición. Es evidente que de la victoria del franquismo y su implantación como régimen brutal dependió lo que surgió luego, es por eso que no pierde importancia tal episodio histórico. Ahora bien, la memoria de los caídos en la lucha contra el fascismo se muestra de una forma intencionadamente parcial, incluso adulterada.
Adulterada por la asimilación de víctima con verdugo; se pone en el mismo lugar a las víctimas del fascismo, ejecutadas con un plan previo (véase las aportaciones de Josep Fontana), y aquellas que surgieron como consecuencia del conflicto en la retaguardia republicana. Es evidente que con la adulteración se pierde el sentido del homenaje a las víctimas del fascismo; desterrar a éste de España para siempre. Seria paradójico que sus hijos lo quisieran echar por la borda. Uno de los pilares, aunque parezca también paradójico, es la institucionalización producida por el PSOE.
Vayamos por partes. En el caso del PSOE, podemos observar como se ha intentado dar la mano, por ejemplo, a un excombatiente republicano y a un excombatiente de la División Azul con la figura de Bono como presidente de ceremonias (cuando era ministro de Defensa). Se ha dicho por activa y por pasiva que fue una “guerra entre hermanos”, como si la Guerra Civil no hubiese tomado un barniz esencialmente internacional, y a partir de ahí la asimilación. Todo justificado para poner a los verdaderos militantes demócratas y a los “demócratas de toda la vida” en el mismo nivel. De los herederos del franquismo y su papel mejor no hablar, sería repetitivo.
La parcialidad, por su parte, tiene como víctima otro episodio. Este episodio es la “Transición”. Para este sólo existen los homenajes puntuales, como por ejemplo a los abogados laboralistas asesinados por la ultra-derecha, caso conocido como “la matanza de Atocha”. Si bien son bien recibidos los homenajes puntuales, no se han investigado con todas las de la ley las brutalidades que se cometieron durante el tardo-franquismo, ya fuera por la vía oficial (represión, militarización de los conflictos, etc.) o por la vía extraoficial (los grupos violentos cobijados por el Estado).
La memoria de sus víctimas no ha salido todavía a la superficie, y tiene una explicación. Desenterrar los casos de brutalidad policial, de persecución política, de guerra sucia, entre otras prácticas, no haría otra cosa que deslegitimar el régimen político vigente. La etapa tardo-franquista, no nos engañemos, seguía el curso de la dictadura que se instauró en 1936 y que lo dejó todo “atado y bien atado”. Es menester de las personas que nos interesa recuperar la memoria colectiva de la clase trabajadora centrar la mirada, un poco más, hacia este episodio. Se puede decir, a modo de conclusión, que el estudio y la investigación histórica de la Transición, con una visión crítica, supone un acto de rebeldía que debe trascender lo académico. Completemos la memoria colectiva y salgamos de la parcialidad intencionada.
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