lunes, 30 de mayo de 2011

Cambios desde el presente


El movimiento de las acampadas, llamado por la prensa Movimiento 15-M, está sacudiendo los cimientos de la política. Está llamando a la población a no someterse más al régimen impuesto por la Transición (poco) pacífica que adaptó las instituciones franquistas a los nuevos tiempos. En estas tres décadas la actuación política y social ha ido evolucionando de tal forma que la distancia entre el emisor y el receptor ha ido incrementando. Así pues, cuanto más ancho es el canal entre las organizaciones y la población, más se mercantiliza la actividad política; el régimen se convierte en una especie de centro comercial en el que el usuario elige entre malo y menos malo.

Por eso no es de extrañar que en un momento en que la política se convertía en una práctica despreciativa hacia la ciudadanía esta haya respondido. Con nuevas formas que nadie se esperaba, aunque llevaran tiempo en uso; las asambleas y las comisiones no son un invento nuevo. Lo que si es un invento nuevo, que viene de las revoluciones en los países del Norte de África, es el uso de la plaza como sede más o menos temporal de ese movimiento de rechazo. Movimiento de rechazo que va generando unas propuestas, que va generando un discurso del pueblo, y que es nuestro deber, como ciudadanos y ciudadanas de a pie, hacer llegar a cuanta más gente mejor.

Como ya decían los clásicos, el partido o los partidos no hacen la revolución. La hace la masa de personas oprimidas por una situación de desventaja económica, por el fracaso de un sistema en dar oportunidades a los más débiles. Y uno de los elementos que se reproducen en la historia es que las revoluciones o las revueltas llegan en el momento menos esperado. Partíamos de un contexto de frustración, de resignación y de miedo estructural. El triunfo político de la derecha y la mieditis de los sindicatos de clase hacía que la gente no confiara en nada ni nadie; ahora se ha dado el paso a que la gente confíe en si mismo. Este es, sin duda, el motor de toda revolución.

Y como esta revolución la hace el pueblo, ésta se contagia de todos los vicios populares. Un ejemplo de esto es la práctica del botellón en las acampadas. Entendamos, primero, el botellón como la práctica del consumo de alcohol en la vía pública, ya sea de forma mesurada o desmesurada (esto último lamentable en este caso). Habrá gente que se queje, o que crea que ciertas actitudes sean de poco agrado. Simplemente hay que pensar que así actúa la gente de a pié, alimentada por el consumismo, el individualismo y el egoísmo. Y aquí jugamos un gran papel las personas concienciadas. Nuestra tarea es alimentar la solidaridad, el pensamiento crítico, el debate colectivo y el altruismo. Esto es lo que realmente realiza a las personas como individuos.


Los cambios vienen de las personas del presente, no podemos fabricar la revolución en un laboratorio ni evadirnos de cualquier práctica popular que no coincida al 100% con nuestros librillos de formación política. Aislarse de este movimiento, en este momento, es aislarse del pueblo. Por primera vez se crea un espacio de participación, aprovechemos la ocasión y no perdamos de vista nuestros objetivos: una sociedad de iguales, donde la producción sea gestionada democráticamente (por la mayoría de la sociedad y no por una minoría) y donde las decisiones se tomen a partir de la participación de la gente, donde se pueda hablar pero donde también te escuchen.

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