sábado, 18 de junio de 2011

Lo legítimo y lo legal (reflexiones sobre el 15-J y el uso de la violencia)



Primero de todo advertir que voy hablar de los hechos del Parc de la Ciutadella, el pasado 15 de junio. Sé que va siendo un tema bastante gastado y que se han dado sobrados argumentos a favor y en contra (más bien difamaciones) de la acción de intentar parar la celebración de el Parlament. Vayamos por partes, empezando por las cuestiones de fondo y luego a las más concretas.


La legitimidad (o no) de intentar parar un Parlamento


Muchos medios de comunicación (de hecho casi todos) y partidos con representación parlamentaria han denunciado esta acción. La han tachado de anti-democrática, de totalitaria y de muchos más calificativos que nos ahorraremos en comentar. Niegan la legitimidad de la acción basándose en que (1) la ley prohíbe las manifestaciones ante los Parlamentos, (2) intentar parar una sesión plenaria del Parlamento supone un ataque frontal a la democracia, (3) siendo éste un sistema democrático (piensan) tienen que haber otras vías de lucha.


Pues bien, a mi parecer esta acción era totalmente legítima, puesto que no hay que confundir legalidad con legitimidad. Niego la mayor, puesto que si una cosa ha dejado claro este movimiento es que el actual sistema parlamentario no escucha las opiniones de sus ciudadanos, sino que aprovecha el ejercicio del voto para actuar con total libertad, sin ningún tipo de respuesta ciudadana realmente vinculante. De momento el derecho de reunión o de manifestación siguen en vigencia, pero salvo algunas excepciones en que se dice que “altera el orden público”. Es precisamente en la negativa de la mayor, de la casi-democracia representativa (que no representa las voluntades de la población), en el que guarda sentido una protesta como esta.


Por otra parte, partiendo de una base ideológica en la que el sistema parlamentarista no es el adecuado para la organización política del Estado, no se puede condenar cualquier acto que atente contra el actual Parlamento, salvo si se trata de una acción deliberadamente anti-democrática (fascista para ser exactos). Es decir, en este caso se trataba de una acción de protesta (1) contra los recortes, de los que se aprobaba que pasaran a trámite parlamentario, (2) contra el sistema de casi-democracia representativa. Que nadie se lleve las manos a la cabeza. Si se pide superar el actual sistema político, económico y social, lo lógico es que se ataque a las fuentes de poder. Otra cosa son las prácticas que se lleven a cabo en el instante en el que se produce la acción. Lo que no se puede pretender es deslegitimar una acción que va radicalmente contra el sistema en caso de asumir postulados a favor de la superación del actual. En el momento en que se condena una práctica (siempre que sea ética y justa) contra las bases del sistema esa persona u organización se posiciona de parte del sistema.



La legitimidad (o no) de la violencia

Este ámbito es mucho más complicado y hay que tratarlo con mucha calma. Habría que plantear a priori varias preguntas para, después, intentar buscar las respuestas. Así pues, ¿Es legítima la violencia?¿En qué contextos es legítima la violencia? Como decía el tema no se puede tratar a la ligera.


Pues bien, sobre la primera pregunta habría que dar una respuesta más que condicionada. Así pues, la violencia por la violencia no conduce a ninguna parte; bueno si, a una deslegitimación de cualquier movimiento o grupo de per se. Está claro que la mayoría de la sociedad no está dispuesta a asumir una práctica violenta de forma general, aunque también los conatos de violencia son inherentes a la realidad del ser humano. El hombre y la mujer actúan violentamente cuando el instinto se lo exige, es una reacción biológica ante una amenaza (siempre que no tengas como oficio el ejercicio de la violencia política, como en el caso de los agentes antidisturbios o de determinados cuerpos del ejército). Partiendo de esta base, la violencia es legítima siempre que conlleva la defensa de la integridad física o el estallido ante una situación dramática, injusta y que pone entre la espada y la pared a los sectores sociales perjudicados ante una situación de injusticia social y política.


Cuando no es legítima la violencia es cuando se produce sin ningún sentido y en una situación de superioridad y acorralamiento. La justicia popular ante la clase dominante debe darse de forma ordenada y siguiendo unos parámetros como la ética, la honestidad y la proporcionalidad. Parámetros que, precisamente, no siguen las clases dominantes.


Entrando en la segunda cuestión los contextos en que la violencia es legítima, como he dicho antes, es cuando se actúa en legítima defensa. También existen otras citaciones en las que se requiere la violencia, como por ejemplo la lucha contra la represión. Si se parte de posiciones radicalmente pacifistas se acaba aceptando el monopolio de la violencia por parte del Estado, y si algo diferencia a las actitudes pacifistas de las violentas es que las segundas se ejecutan. Así pues, en determinadas ocasiones hay que aceptar que el uso de la violencia por parte de la población contra los elementos represivos del Estado puede ser legítimo.


Ahora bien ¿nos interesa el ejercicio de la violencia ahora mismo? Tácticamente nos interesa todo lo contrario; dar una imagen de tranquilidad y bien hacer es crucial para sumar voluntades al proyecto de superación de las políticas neoliberales y el sistema en que se apoya para reproducirse. La capacidad de controlar la opinión pública por parte de la plutocracia es total; de la televisión a los diarios, pasando por internet, han tejido una red que se extiende por todos los hogares. Solo una presencia masiva en las calles, una manifestación constante de oposición a las políticas injustas para hacer frente a la crisis, puede hacer sumar sensibilidades que acaben por negar la mayor: su sistema económico y social del que se construye un régimen político más que caduco.


El hecho que esta semana se haya producido la mayor batalla mediática entre el poder y el Movimiento 15-M demuestra que se le está haciendo daño al primero. El movimiento debe saber encajar los golpes y tener en cuenta que, de momento, esto solo se trata de un nuevo ciclo de luchas, que viene después de un largo período de paz social. La clase trabajadora y las capas populares se están despertando. Veremos que nos depara el curso que viene, después de las vacaciones, cuando venga la cuesta de setiembre y las vacaciones hayan sido otro espejismo de derroche consumista.

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