Si la Real Academia era de por si bastante cuestionada vuelve a cubrirse de gloria. Esta vez con una empresa enciclopédica millonaria, sacada de las arcas del Estado y viciada por un gran tufo al pasado más oscuro de la historia de este país. Pues bien, dicho diccionario, como muestra la prensa, fue dirigido por un franquista, ayudado por otros franquistas y financiado en su momento por gente de dudosa práctica democrática como José María Aznar y Esperanza Aguirre.
Vayamos por partes. Primero de todo, colocar a los autores del delito (que debería serlo) en su lugar. Estos señores de la Real Academia de la Historia han gastado nuestro dinero en hacer un panfleto franquista en volúmenes, loando las hazañas de Francisco Franco, y tachando de dictador al Doctor Negrín, el que fuera presidente del Gobierno de la República durante la Guerra Civil. Y es que estos señores, los franquistas, siguen dominando nuestras instituciones que cada vez van siendo, a ojos del gran público, retratadas por no ser democráticas, sino fruto de una transición lampedusiana. La ruptura democrática nunca se produjo y aquí tenemos el resultado. Que nadie se sorprenda de estos hechos.
Si pretendemos que este país se asemeje a una democracia, o incluso que sea una democracia amplia, debemos depurar a los dinosaurios del régimen franquista que siguen paseándose por los ministerios, las consejerías, los cuarteles y las academias. Debemos, también, eliminar la presencia en los espacios públicos de los grandes lobbys del pensamiento ultraconservador como el OpusDei, y toda suerte de nostálgicos del “Viva Cristo Rey”. Debemos, también, superar a los negadores de la objetividad de los demás, aquellos relativistas que niegan toda verdad excepto la suya.
Vivimos en una encrucijada; o vamos hacia la democracia plena, y esto conlleva también la democracia en lo económico, es decir, la propiedad de los medios de producción por el demos, o seguimos en esta democracia amputada que nos lleva al recorte de derechos hacia una especie de fascismo del Siglo XXI, con nuevo rostro pero con prácticas similares a las del Siglo XX.
Vayamos por partes. Primero de todo, colocar a los autores del delito (que debería serlo) en su lugar. Estos señores de la Real Academia de la Historia han gastado nuestro dinero en hacer un panfleto franquista en volúmenes, loando las hazañas de Francisco Franco, y tachando de dictador al Doctor Negrín, el que fuera presidente del Gobierno de la República durante la Guerra Civil. Y es que estos señores, los franquistas, siguen dominando nuestras instituciones que cada vez van siendo, a ojos del gran público, retratadas por no ser democráticas, sino fruto de una transición lampedusiana. La ruptura democrática nunca se produjo y aquí tenemos el resultado. Que nadie se sorprenda de estos hechos.
Si pretendemos que este país se asemeje a una democracia, o incluso que sea una democracia amplia, debemos depurar a los dinosaurios del régimen franquista que siguen paseándose por los ministerios, las consejerías, los cuarteles y las academias. Debemos, también, eliminar la presencia en los espacios públicos de los grandes lobbys del pensamiento ultraconservador como el OpusDei, y toda suerte de nostálgicos del “Viva Cristo Rey”. Debemos, también, superar a los negadores de la objetividad de los demás, aquellos relativistas que niegan toda verdad excepto la suya.
Vivimos en una encrucijada; o vamos hacia la democracia plena, y esto conlleva también la democracia en lo económico, es decir, la propiedad de los medios de producción por el demos, o seguimos en esta democracia amputada que nos lleva al recorte de derechos hacia una especie de fascismo del Siglo XXI, con nuevo rostro pero con prácticas similares a las del Siglo XX.
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