Se produce en la actualidad un vicio en la izquierda. Ya es costumbre ver como destacados dirigentes, al aparecer en la tribuna pública, centran sus discursos contra el neoliberalismo. Se refieren al neoliberalismo como el mayor mal del sistema, el que ha producido esta crisis. Algunos incluso confunden las churras con las merinas; al referirse al neoliberalismo se confunden con el capitalismo. También se confunde al neoliberalismo como modelo de producción, como fase del sistema capitalista. Se dice incluso que está en crisis.
Ahora debemos hacernos la pregunta que se emite en el título, y que es más bien retórica porque este artículo intentará darle respuesta. Siendo atrevidos se responderá antes de argumentarlo. El neoliberalismo no solo no está en crisis sino que está más fuerte que nunca. Está más fuerte que nunca porque es hegemónico en todos los niveles: en el político, en el ideológico-cultural, en el económico (pero más bien en la política económica) y en el social. Es el principio rector de la clase dominante y, por ende, de la clase dominada. Una corriente está en crisis, es decir fracasa, cuando no cumple sus objetivos; el neoliberalismo los va consiguiendo uno a uno.
Pero aquí nos plantemos otro interrogante: ¿Qué es el neoliberalismo? Seremos simplistas por un día y nos atreveremos a decir que es una corriente política en su más amplio sentido. Una corriente que tiene un proyecto que se resume en (1)llevar la (falsa) libertad de mercado a su máxima expresión, donde no exista ningún control sobre el comercio de productos (industriales, financieros, bienes de consumo, servicios), (2) la liquidación de toda legislación que deje espacios de resistencia a los obreros, avanzando por la vía rápida hacia el aumento de la tasa de explotación, es decir, eliminando toda capacidad de presión de la organización obrera y (3) configurar un sufragio censitario de nuevo corte, donde la mayoría de la población se convierta en eunucos mentales sin capacidad crítica (este punto se desarrollará en la segunda entrega del artículo).
Antes de avanzar sobre estos tres ejes nos tendremos que hacer la pregunta ¿Qué no es el neoliberalismo? No es un modelo productivo ni la fase actual del capitalismo. Se dice que el neoliberalismo es la nueva forma de organizar la economía, y por lo tanto se llega al error de que está en crisis. Se dice, también, que el neoliberalismo es el nuevo capitalismo, el modelo de organizar la economía por el cual el sector financiero se hace hegemónico, dominante. Pues bien, la actual fase del capitalismo podemos decir que está caracterizada por lo anteriormente expresado (la dominación del capital financiero sobre el industrial, más bien su suma en un proceso que viene de largo), por el carácter post-industrial de Occidente y por otras cosas más, pero no porque este sea el neoliberalismo (ya hemos dicho que es una doctrina política, el liberalismo de nuevo tipo). La realidad internacional nos dice que el hecho que Occidente carezca del poder industrial de antaño se debe a un fenómeno que se llama “división internacional del trabajo”, un fenómeno que lleva tiempo produciéndose y que ahora tiene características nuevas: antes se extraían de las colonias materias primeras para invadirles con productos industriales, ahora se les extrae los productos industriales para invadirlos con productos financieros.
Lo de hoy no es más que otro reparto internacional de las escalas productivas del sistema. Una escala cada vez más separada geográfica y productivamente, y fragmentada su mano de obra. La primera de las carácterísticas resulta bastante evidente; donde antes se producían los componentes de un automóvil y se montaba en un espacio geográfico concreto, ahora se convierte en disperso. La segunda se trata de una forma nueva de explotación que consiste en atomizar la contratación para hacer más indefenso al asalariado. Podríamos decir que la actual fase del capitalismo es el Imperialismo de tipo nuevo, con nuevos elementos pero imperialismo al fin y al cabo.
Sin duda, el gran éxito del neoliberalismo es planificar la acción política para, en una nueva situación económica y política, acelerar el camino hacia su libertad de mercado (de productos y de trabajo).
En el terreno de la (falsa) libertad de mercado en las últimas décadas se ha ido dando facilidades a los movimientos de capitales y se ha ido desmantelando la fiscalidad progresiva, etc. Una vez pasada su Época de Oro, y sobre todo con la caída de la URSS, el capitalismo apartó los parámetros de la época de después de la Segunda Guerra Mundial (con el invento francés del diálogo social del trío empresarios-gobierno-sindicatos). Entraron como cosacos los líderes del Occidente capitalista a saquear las políticas de redistribución (aunque ya eran de por si bastante limitadas), los derechos que habían conquistado los trabajadores y todo lo que se pareciera el Estado de Bienestar (en la actualidad el proceso va a marchas forzadas). Fueron y son un gran alivio para los empresarios que, fuera de juego el demonio comunista, podía aumentar los niveles de explotación sin el peligro del ejemplo soviético. Se encargaron de desmoronarlo, de vaticinar el final de la historia y del triunfo definitivo del capitalismo y de la “democracia” (querían decir liberalismo, pero aquel día se dejaron el diccionario de Ciencias Políticas).
Y para hacer que su mercado sea mucho más “libre” hay que impedir que los asalariados se resistan.
No es de extrañar, pues, que se legisle para acabar con la negociación colectiva, caminando hacia la negociación empresa a empresa, en la que los trabajadores son mucho más débiles que el empresario (que para empezar posee los medios de producción, por si fuera poco). La participación en las harcas públicas de las rendas del capital y del trabajo va proporcionalmente relacionado a los niveles de organización de los trabajadores. Los datos están ahí: cuanto más peso tengan los sindicatos, más duro se lo ponga a los empresarios, menos fuerzas tendrá la burguesía para hacer negocio al coste mínimo. Cuanto más ceda, o más esté dispuesta al diálogo sin una lucha previa, más fácil se lo pone a la patronal para acabar con ellos. Así de claro y castellano, la clase dominante está dispuesta a hacer lo que haga falta para que el sindicato no exista o sea su correa de transmisión hacia los trabajadores (los llamados sindicatos amarillos, antaño llamados Libres). Sea por la vía legal, vía formas de contratación, reformas de la negociación colectiva, etc., el neoliberalismo ha conseguido poner a los trabajadores en una situación indefensa. Por lo tanto, ha conseguido llegar a otro de sus objetivos y va sumando logros.
Pero estos logros no son más que el aumento de la explotación para la mayoría de la sociedad. En la actualidad el neoliberalismo está propiciando la concentración acelerada del capital, clarificando el mapa de las clases sociales y haciendo que, pese a haber renegado de ellos durante décadas, vuelva a relucir en viejo esquema de las clases sociales. Esta vez con nuevas formas y nuevas dinámicas. Se hace necesario, también, incidir en los aspectos ideológicos y culturales en los que ha alcanzado sus objetivos dicha corriente. Eso será en la próxima parte de este artículo que puede que sea largo. El tiempo que pueda dedicarme a reflexionar y a plasmarlo en nuevas líneas dirá si se llega a las respuestas al neoliberalismo o nos quedaremos solo con el diagnóstico.
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