Os dejo un fragment del capítulo "Capitalismo cultural" del libro Repetir Lenin de Slavoj Zizek. La edición es de la Editorial Akal, del año 2004. Repeating Lenin fue publicado originalmente como prólogo y epílogo de la antología, elaborada por Zizek, de textos de Lenin Revolution at Gates (2002).
Así
pues, la tendencia conduce del “¡Compre este reproductor de DVD y
reciba gratis cinco DVDs” al “¡Se se compromete a comprarnos con
regularidad DVD (o, incluso mejor, a comprar el acceso a un cable que
le permite tener libre acceso a películas digitalizadas) le
entregamos un reproductor de DVD!” o, citando la escueta fórmula
de Mark Slouka: “A medida que pasamos cada vez más horas del día
en entornos sintéticos [...] la vida se convierte a su vez en una
mercancía. Alguien la hace para nosotros; nosotros se la compramos.
Nos convertimos en los consumidores de nuestras propias vidas”. La
lógica del intercambio mercantil accede aquí a un especie de
identidad hegeliana autorreferente: ya no compramos objetos, en
última instancia compramos (el tiempo de) nuestra propia vida. La
idea de hacer del propio sí mismo una obra de arte que expresara
Michel Foucault cobra así una inesperada confirmación: compro mi
buena forma física acudiendo a un gimnasio de fitness; compro mi
iluminación espiritual asistiendo a cursos de meditación
trascendental; compro mi imagen pública acudiendo a restaurantes
frecuentados por personas con las que quiero que se me asocie...
Aunque
este cambio puede parecer una ruptura con la economía de capitalista
de mercado [así aperece en la edición de la Ed. Akal. Puede
referirse a la economía capitalista de mercado o a la economía de
mercado capitalista], cabe aducir que, por el contrario, conduce su
lógica a un punto culminante ulterior. La economía industrial de
mercado implica el desajuste temporal entre la adquisición de una
mercancía y su consumo: desde el punto de vista del vendedor, el
asunto ha terminado en el moment en que vende su mercancía, ya que
lo que suceda luego (qué hace el comprador con ella, la consumición
directa de la mercancía) no le concierne; en la mercantilización de
la experiencia, este desajuste se ha colmado, el consumo mismo es la
compra de la mercancía. Sin embargo, la posibilidad de colmar el
desajuste se inscribe cabalmente en la lógica nominalista de la
sociedad moderna y de su comunidad. Lo que significa que, toda vez
que el comprador compra una mercancía por su valor de uso y que este
valor de uso puede descomponerse en sus componentes (cuando compro un
Land Rover, lo hago para poder moverme yo mismo así como con las
personas que me rodean, además para indicar mi participación en un
determinado estilo de vida asociado con el Land Rover), hay un paso
lógico adicional que conduce a la mercantilización y la venta
directa de estos componentes (alquilar el coche en vez de comprarlo,
etc.). Así pues, al final del camino encontramos el hecho solipsista
de la experiencia subjetiva: toda vez que la experiencia subjetiva
del consumo individual es el fin último de toda la producción,
resulta lógico sortear el objeto para mercantilizar y vender
directamente esta experiencia. Y tal vez, en lugar de interpretar
esta mercantilización de las experiencias como el resultado del
cambio de la modalidad dominante de la subjetividad (que pasa del
sujeto clásico burgués centrado en la posesión de objetos al
sujeto <> posmoderno centrado en la riqueza de
sus experiencias), debemos, por el contrario, concebir de suyo este
sujeto proteico como el efecto de la mercantilización de las
experiencias.
Por
supuesto, esto nos obliga a reformular de arriba a abajo la temática
marxista predominante de la “reificación” y del “fetichismo de
la mercancía”, en la medida en que esta temática sigue
descansando en la idea de fetiche como objeto sólido cuya presencia
estable ofusca su mediación social. Paradójicamente, el fetichismo
llega a su culminación precisamente cuando el feticho mismo se ha
“desmaterializado”, se ha convertido en una entidad virtual
“inmaterial” y fluida; el fetichismo del dinero culminará con el
paso a su forma electrónica, cuando desaparezcan las últimas
huellas de su materialidad, ya que el dinero electrónico es, en
realidad, la tercera forma de existencia del dinero, tras el dinero
“de verdad”, que encarna directamente su valor (oro, plata), y el
papel moneda que, aun siendo un mero “signo” carente de valor
intrínseco, sigue apegado a su existencia material. Sólo en esta
fase, cuando el dinero se convierta en un punto de referencia
puramente virtual, cobra finalmente la forma de una presencia
espectral indestructible: te debo 1.000$ y, por más billetes
materiales que queme, te sigo debiendo 1.000$, la deuda está
apuntada en algún lugar del espacio digital virtual... Sólo con
esta rigurosa “desmaterialización” la forma y vieja tesis de
Marz en el Manifiesto comunista que dice que, en el capitalismo,
“todo lo sólido se evapora en el aire”, cobra un significado
mucho más literal que el que Marx imaginaba. Toda vez que no sólo
nuestra realidad social material está dominada por el movimiento
espectral/especulativo del capital, sino que esta realidad misma se
ve paulatinamente “espectralizada”[...].
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