Por una vez no subiré ningún artículo relacionado con la política. Esta vez escribiré sobre algo cotidiano.
En la vida cotidiana de
las personas siempre hay escenarios recurrentes, lugares y momentos por los que
tienes pasar obligatoriamente. Uno de ellos es la cola del supermercado. No hay
otra. Toda persona necesita alimentarse. Si no tienes servicio doméstico, sea
como sea y aunque vivas con tus padres o con tus hijos, tienes que pasar por
alguna tienda en la que vendan comida. Últimamente la mayoría son
supermercados, más grandes o más pequeños, pero supermercados al fin y al cabo.
En ese lugar y en ese
momento se produce una especie de relación de poder entre el consumidor y el
dependiente de turno. El consumidor es un actor temporal, el dependiente o la
dependienta un actor permanente. El primero está de paso, el segundo permanece
durante toda la jornada laboral. El primero tiene prisa por irse, para el
segundo la jornada nunca acaba. El primero solo se relaciona con el segundo,
para el segundo el primero representan centenares de personas que pasan, cada
uno con sus historias (que en realidad no le interesan lo más mínimo) y sus
impertinencias. Para el primero la cola es algo transitorio, para el segundo es
como una cadena de montaje de seres despreciables.
En la cadena de montaje
tradicional los objetos son inanimados, no existe ninguna relación real entre
quien monta y lo que es montado. El montador domina el objeto. En la cola del
super es al revés. Al cliente se le supone portador de la verdad absoluta, sus manías
siempre serán dignas de respeto. El cliente, sabedor de su condición abusa de
ella. Exige, impone. Sabe que todos sus deseos serán órdenes para el esclavo
que tiene delante. Si quiere que le hagan parte de la compra sabe que se la
harán. Si quiere abocar todas sus frustraciones sobre el trozo de carne que
tiene delante sabe que nunca le dirán “no me pagan por ser su sicólogo”. Sabe
que incluso puede insultar al mindundi de turno sin recibir respuesta. La
patronal de los supermercados y sus esbirros le protegerán de la sed de
venganza de los currelas construida a partir del estrés, el trabajo monótono y el
deslomamiento.
Recordad la próxima vez
que vayáis a comprar que la persona que tenéis delante podríais ser vosotros.
Que la vida da muchas vueltas y que la venganza es un plato que se sirve frío.
Pensad, también, que los papeles se pueden cambiar. Que el dependiente o la
dependienta, algún día, pueden haceros una visita a vuestro trabajo. Entonces
vosotros seréis los esclavos, las víctimas, y es muy probable que lo merezcáis.
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