
Lo de hoy intentará ser mundano, pero no por ellos menos intenso. Es una cuestión que llevo viviendo y con lo que ocupo cierto tiempo de mi reflexión interna diaria. Es la imagen que se intenta dar de una ciudad como Barcelona, en la que paso gran parte del día. Particularmente en el Rabal, donde se encuentra la que es mi segunda residencia; la facultad.
Pues bien, resulta que se encuentra, digamos, en una posición privilegiada en un barrio donde se combinan elementos fashion, de ciudad cosmopolita, ya sea el MACBA o el CCCB, con elementos excluidos de la mayor tienda del mundo que es la ciudad condal. Aún así no es difícil encontrarse con algún vagabundo, o alguna persona que pertenece a lo que últimamente se viene llamando “cuarto mundo”. Este hecho molesta a algunas personitas que pululan por dicha facultad, personas que han salido de su torre de cristal para entrar, según verán ellos y ellas, en un infierno que les es extraño.
Claro está que si insertas en un barrio con agudas problemáticas sociales una facultad, con una infraestructura abierta a la calle, te entrará la gente del barrio y, con ella, sus problemas. De eso hay gente que, no se sabe como, se extraña y palidece ante la presencia de lo que para muchas personas es cotidiano. Sin intentar concretar mucho el tema, os invito a que paséis una jornada en la Facultad de Geografía e Historia de la UB, debo añadirle un aspecto que mueve los continuos recortes que sufren los estudiantes de dicho edificio: la seguridad. Bajo ese argumento se traba el acceso a la biblioteca, se cierra una sala donde se podía calentar la comida y comer, aunque, la verdad sea dicha, estaba dejada de la mano de Dios. El argumento de la seguridad es muy fácil, ponerle una solución social y real no interesa; la cuestión es obtener resultados rápidos, no reales. Está claro que metiendo a los pobres en la cárcel no se acaba con la pobreza, pero hay gente que aun no lo consigue comprender.
Y ante esta situación uno se da cuentade que lo único con lo que nos encontramos en esta parte del Rabal, siendo sinceros, es una caricatura del progreso urbanístico de Barcelona, el resultado de una política que, suponiéndose de izquierdas, le pone un maquillaje fashion-progre que va en sintonía a la imagen que han querido dar a una ciudad que tuvo su época charnega, que ahora tiene su época africana, asiática y latinoamericana, la imagen de la ciudad-tienda. De ahí lo de “Barcelona, posa't guapa!”.
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