sábado, 19 de junio de 2010

Neutralidad y complicidad




Es evidente que cuando una persona está pataleando a otra totalmente indefensa, mostrarte neutral es una muestra de asentimiento con el acto que se está produciendo. Cuando trasladamos esa situación a colectivos, poblaciones, naciones o Estados, la neutralidad en casos de conflicto en el que una parte es mil veces más poderosa que la otra, que hace más daño y que reduce la existencia de muchas personas a la miseria y la falta de futuro, en esos casos la neutralidad o el echar balones fuera solo tiene un nombre: complicidad.

Esta complicidad fue la que llevó a la victoria del fascismo en España, al sometimiento de Checoslovaquia por parte de la Alemania nazi, o a que exista hoy en día un Estado que, diciéndose democrático, aplica el apartheid, vulnera el derecho internacional y humanitario. La cuestión es que necesitan “muros de contención” o “caballos de Troya” para conseguir unos objetivos geoestratégicos o por eliminar al enemigo a batir.

Está claro que en los años treinta el objetivo de la neutralidad era evitar que la influencia de la URSS fuera in crescendo, incluso acabar con su existencia. Hoy en día la motivación de mantener un Estado como el de Israel, que practica la piratería, abordando barcos y secuestrando a sus tripulantes en aguas internacionales, es diferente; Oriente Próximo está en la agenda de Estados Unidos desde hace un tiempo. Si ayer eran Francia, Gran Bretaña y Alemania, hoy “la tierra de los sueños y la libertad” necesita de una zona segura donde enviar a sus contratistas, obtener los recursos fósiles (a un buen precio) de la región, y sobre todo, tener un mercado donde exportar sus stocks.

Y aun hay gente que se atreve a decir que defender a Israel es defender la democracia y los valores occidentales. Cuando se refieren a la democracia lo hacen pensando en su farsa parlamentaria, no en la participación de toda la población en el desarrollo de su país, cuando se hablan de los valores occidentales, claro está que desde una perspectiva eurocentrista, no se refieren a los valores de la modernidad, sino a cuestiones identitarias de raíz judeocristiana que, precisamente, la modernidad siempre ha intentado arrancar. Esta gente se retrata por si sola. Luego aparecen otros seres que, escudándose en un falso progresismo de "denunciemos todos los atropellos" intentan callar la cuestión que se debate, incluso otros que aquello no les resulta lo suficientemente terrible como pare decir que es un "tema político" o que "no les interesa".

Primero habría que ver cuales son los espacios en los que se puede hacer política. Se extiende generalmente la falacia que sitúa a la política en la ficción del parlamento, donde se toman medidas que influyen en la realidad pero sin tener en cuenta a ésta, lo que produce en ocasiones verdaderas catástrofes. Luego, tendríamos que ver donde está la barrera de lo político, como identificar qué tema es político y cual no, para acabar llevando la política a todos los espacios. Precisamente estamos en la situación contraria; lo político se reduce al hemiciclo, las tertulias televisivas y los periódicos, cumpliendo un patrón general: sólo participan unos pocos.

Y en esta situación también encontramos como intentan infundir un temor religioso hacia la gente sobre lo político, hasta asumir discursos externos contraproducentes hacia sus intereses o a asumir otra falacia: "de lo que no sé, no hablo". La señora Rahola ha demostrado que este dogma es totalmente falso; si ella puede salir por la televisión pública, cada mañana, a decir sandeces, ¿porqué un currante no va a poder decir lo que piensa sobre la economía o la política? ¿Cómo calibramos la validez de las opiniones de dos personas que no son especialistas en el tema? A partir de aquí lo más correcto sería maldecir, como hacía Gabriel Celaya, "la poesía de quien no toma partido hasta mancharse"(1), convencerse y convencer a la gente a tomar posición. Luego vendrá el debate, a cara descubierta y sin disfraces de neutralidad cómplice. Luego "luchar, fracasar, volver a luchar, fracasar de nuevo, volver otra vez a luchar, y así hasta la victoria"(2).


Notas:

(2) Mao Zedong: Estrategia y Táctica


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