Después de llevarme algún tiempo sin renovar el blog os hago entrega de un pedazito de la lucha contra la barbarie. La historia de Julius Fucik es la de tantos otros, hombres y mujeres, trabajadores, intelectuales progresistas, personas normales que se atrevieron a defender la dignidad y la humanidad contra la barbarie y la rapiña que supuso el régimen nazi.
No es una casualidad que fuese comunista y que, como tal, fuese una persona comprometida. No es casualidad que su compromiso llegará hasta el último aliento. Su lucha dejó un testimonio vital para la memoria de los que sufrieron el terror de las cárceles, la tortura, los campos de concentración, la barbarie de la guerra.
Una lectura que vale su peso en oro.
Os dejo con la introducción biográfica que aparece en la biblioteca digital de Espai Marx, “els arbres d'en Farenheit” y una recomendación “Reportaje al pie de la horca”.
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Periodista y escritor checo nacido en Praga el 23 de enero de 1903 y asesinado por los nazis el 8 de octubre de 1943. Fue redactor de Rudé Právo, diariro comunista de Praga, y dels emanario político-literario Tvorba. Publicó un relato sobre sus viajes a Rusia, con el título En la tierra donde mañana significa hoy. Durante la ocupación alemana desarrolló una intensa actividad clandestina con el seudónimo de profesor Hórak. Fue capturado por la Gestapo, en la primavera de 1942, y recluido en la prisión de Pankrác. Allí redactó Reportaje al pie de la horca, en unos folios que la resistencia checa se encargaba de sacar de la prisión. Terminada la guerra, su esposa Gusta Fucikova, sobreviviente del campo de concentración de Ravensbrück, los publicó en un volumen. El Reportaje al pie de la horca ha sido traducidoa todas las lenguas europeas.
…No, no temáis. No hablaré. Confiad en mí. Después de todo, mi fin ya no puede estar lejano. Esto ahora es sólo un sueño, una pesadilla febril: los golpes llueven, los esbirros me refrescan con agua. Y nuevos golpes. Y otra vez: ¡Habla! ¡Habla! ¡Habla! Pero aún no consigo morir
Era sólo el principio del fatal cautiverio. Interno de la prisión de Pankrác de Praga, Fucík fue sometido a constantes interrogatorios y vejaciones para que revelara más nombres de opositores. En el verano de 1943 es trasladado a Berlín, donde sería ejecutado por los nazis el 8 de septiembre bajo la acusación de traición.
Después de la guerra se supo que Fucík se las había arreglado para seguir escribiendo en la cárcel mientras aguardaba una muerte inevitable. Fue posible gracias a la ayuda que le prestaron algunos amigos encubiertos y a un guardia que recogió las páginas escritas en papel de estraza, sacadas al parecer por una ventana de la celda.
Posteriormente su viuda Gusta (que también había sufrido cautiverio), pudo recuperarlas y publicarlas. Así lo cuenta ella:
Después de la derrota de la Alemania hitleriana los liberados supervivientes fueron regresando de cárceles y campos de concentración. En el campo de concentración de Ravensbrück supe -me lo dijeron mis compañeros de prisión- que mi marido, Julius Fucík, redactor de Rudé Právo y de Tvorba, había sido condenado a muerte el 25 de agosto de 1943 por un tribunal nazi en Berlín. Mis intentos de averiguar algo más sobre su suerte posterior se estrellaron contra los altos muros del campo. Al volver a mi patria liberada busqué y rebusqué las huellas de mi marido. Hice lo que hicieron millares y millares de personas que también buscaron (…) Me enteré de que Julius Fucik había sido ejecutado en Berlín el día 8 de septiembre de 1943, quince días después de su condena. También supe que había escrito algo mientras estuvo en la cárcel de Pankrác. Fue el guardián A. Kolínský quien procuró los medios para hacerlo, llevándole a la celda papel y lápiz y sacando clandestinamente de la cárcel las hojas manuscritas. He tenido una entrevista con el guardián. Y poco a poco he podido ir recogiendo el material escrito por Julius Fucik en la cárcel de Pankrác. Reuní las hojas numeradas, escondidas por varias personas en diferentes lugares y se las presento al lector. Es la última obra de Julius Fucik.El libro resultante es Reportaje al pie de la horca, 158 hojitas de papel que contenían uno de los más conmovedores documentos del siglo XX, un relato que adquirió gran resonancia mundial y que sería traducido a multitud de idiomas. En 1950 Fucik recibió el Premio Internacional de la Paz a título póstumo.
Fucik se impuso como tarea dejar testimonio a pesar de tener los días contados. Cárcel, tortura y muerte no fueron para él el fin de todo sino la última posibilidad de presentar batalla.Un notable ejemplo de lo que es un hombre íntegro ante el dolor, la privación de la libertad y la perspectiva de una ejecución inminente, un tío tan fuerte en sus principios y convicciones que las organizaciones internacionales de periodistas declararon el día de su ejecución (8 de Septiembre) como el día de los hombres y mujeres de prensa en el mundo.Han pasado más de 60 años desde que Fucik y otras miles de personas combatieran al nazismo contribuyendo a su derrota. Aunque él no viera la entrada del ejército rojo en Berlín, aquellos hombres y mujeres tuvieron clara conciencia de lo que tenían que hacer y lo hicieron.La heroicidad que describe Fucik es del tipo de la que se manifiesta cotidianamente y sin resplandores: luchar día a día con sacrificio pero con sencillez. He aquí algunos fragmentos de Reportaje al pie de la horca, una lectura imprescindible.Has tardado mucho en llegar, muerte. Pese a todo, esperaba conocerte más tarde, después de largos años. Esperaba vivir aún la vida de un hombre libre: poder trabajar mucho, amar mucho, cantar mucho y recorrer el mundo. Precisamente ahora, cuando llegaba a la madurez y disponía todavía de muchísimas fuerzas. Ya no las tengo. Se me van agotando. Amaba la vida y por su belleza marché al campo de batalla. Hombres: os he amado. Fui feliz cuando correspondíais a mi cariño y sufrí cuando no me comprendíais. Que me perdonen aquéllos a quienes causé daño. Que me olviden aquéllos a quienes procuré alegrías. Que la tristeza jamás se una a mi nombre. Ese es mi testamento para vosotros, padre, madre y hermanas mías; para ti, mi Gustina, y para vosotros, camaradas; para todos aquéllos a quienes he querido. Llorad un momento, si creéis que las lágrimas borrarán el triste torbellino de la pena, pero no os lamentéis. He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza.
19 de mayo de 1943:
Lo repito una vez más: hemos vivido para la alegría; por la alegría hemos ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza jamás vaya unida a nuestro nombre.
27 de mayo de 1943:
Algunas veces fui a los interrogatorios en autocares de la policía, en los que los guardianes se conducían con moderación. A través de las ventanillas contemplaba las calles, los escaparates de los comercios, los quioscos de flores, la masa de peatones, las mujeres. “Si logro contar nueve pares de bonitas piernas, me dije una vez, no seré ejecutado hoy”.
El 9 de junio de 1943:
Ante mi celda hay colgado un cinturón. Mi cinturón. La señal de partida. Por la noche me llevarán al Reich, al tribunal (…) El tiempo hambriento arranca los últimos bocados del pequeño trozo de mi vida. Cuatrocientos once días en Pankrác, que pasaron con una rapidez increíble. ¿Cuántos me quedan todavía? ¿Dónde? ¿Y cómo? Seguramente ya no tendré ocasión de escribir. He aquí, pues, mi último testimonio. Un trozo de historia, del que soy, sin duda, el último testigo vivo.
Esto es lo último que escribió el periodista checo antes de ser ejecutado:
Siempre hemos contado con la muerte. Lo sabíamos: caer en manos de la Gestapo quiere decir el fin. Y aquí hemos hecho lo que hemos hecho de acuerdo con esa convicción. También mi juego se aproxima a su fin. No puedo describirlo. No lo conozco. Ya no es un juego. Es la vida. Y en la vida no hay espectadores. El telón se levanta. Hombres: os he amado. ¡Estad alerta!
A JULIUS FUCIK
Pablo NerudaPor las calles de Praga en invierno, cada día,
pasé junto a los muros de la casa de piedra
en la que fue torturado Julius Fucik.
La casa no dice nada: piedra color de invierno,
barras de hierro, ventanas sordas.
Pero cada día que pasé por alló
miré, toqué los muros, busqué el eco,
la palabra, la voz, la huella pura
del héroe.
Y así salió su frente
una vez, y sus manos otra tarde,
y luego todo el hombre
fue acompañándome
a través de la Plaza Venceslao, como un buen amigo;
por el viejo mercado de Havelská,
por el jardín de Stahov desde donde
Praga se eleva como una rosa gris.
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