Estamos asistiendo a la muerte de
las apariencias. El disfraz
democrático no le sirve a las clases dominante. La paciencia de las
capas populares se está acabando, no pueden tolerar que se haga
pagar la crisis a quien no la ha provocado y que les regalen nuestro
dinero a quien si es culpable. Y como se está acabando la paciencia,
y la gente está saliendo a la calle, el Estado nos ata en corto. La
antigua (que no aticuada) teoría del Estado según la cual se erige
como un aparato de represión de la clase dominante se ve con más
claridad. Con la prisión preventiva de Isma, Dani y Javi, con las
cargas policiales indiscriminadas, y con muchos más actos
represivos, se anuncia que se acabó la época de las apariencias. Empieza la época de la dictadura de la burguesía sin maquillajes ni vaselinas.
Como también al fin de una época
en la que existía un consenso
democrático y una cultura política del pacto. Ya se puede hablar de
la defunción (incluso del entierro) de la política del pacto. La
paz social ya es parte del vocabulario pasado. El lenguaje
corresponde a una realidad material, a un presente. Los discursos de
CC.OO. Y UGT hablan de pactar, de acordar con los “agentes
sociales”. Vía muerta. Lo único que busca la clase dominante, y
sus títeres políticos, es que nos arrodillemos para que consigan
más beneficios. No están dispuestos a ser flexibles: se juegan la
plusvalía. La estrategia y la táctica del momento requiere de un
análisis serio: una realidad radical solo se afrenta con propuestas
radicales, que van a la raíz. Hay que repensar las formas de lucha,
y nuestros objetivos. Tenemos un capitalismo senil y debemos
conseguir que muera; revivirlo sería volver continuamente a lo que
tenemos ahora.
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